Preocupación por el mal uso de móviles en los adolescentes

Un reciente estudio realizado por la aseguradora DKV y la asociación Educar es todo ha puesto el foco en que los niños y adolescentes suelen hacer un mal uso de la tecnología hasta el punto de que afecta a su salud mental.

No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que los teléfonos móviles se han convertido en una extensión de nuestras manos. En cualquier lugar que nos encontremos, lo raro es que haya personas que no lo estén usando: en la calle, en el transporte público, en los hogares, en los centros de enseñanza, en los espectáculos. Por muy interesantes que sean los estímulos que tenemos a nuestro alcance, casi siempre parecen ser menos atractivos que los que nos ofrecen las pantallas. Adultos, jóvenes e incluso niños estamos atrapados en esa cápsula solipsista.

Cómo afecta el mal uso de la tecnología a la salud mental de los adolescentes.

Los adolescentes son un colectivo especialmente vulnerable porque en su proceso hasta alcanzar la madurez están expuestos a influencias y estímulos externos que van a moldear su modo de ser y su actitud ante la vida. Por eso, unos adultos responsables tendríamos que poner mucha atención a lo que alimenta su mente y su corazón, sobre todo si hay signos de preocupación.

El Estudio sobre la percepción de la salud mental en adolescentes y el mal uso de la tecnología destaca los siguientes efectos del mal uso:

  • fomenta la hiperactividad, la inatención y la desobediencia.
  • Aumenta la probabilidad de caer en ansiedad y estrés.
  • Incrementa el índice de depresión.
  • Dificulta el desarrollo de la empatía, la amabilidad y la cooperación.

En síntesis, se dan serias dificultades para la relación con uno mismo y con los demás, precisamente en un momento de la vida en que están gestándose la propia identidad y el sentido de pertenencia. Hay mucho en juego para el destino de nuestra sociedad y no sé si estamos dispuestos a tomar plena conciencia de ello, a pesar de que es responsabilidad de los adultos intervenir en un tema tan crucial.

Tenemos que asumir la responsabilidad de la educación.

Este estudio del que hablamos, y otros muchos difundidos en diferentes lugares, nos impelen a obrar en consecuencia y no dar la espalda a lo que todos percibimos como obvio. El psicólogo social y profesor de Liderazgo Ético en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, Jonathan Haidt  en su libro La generación ansiosa afirma lo siguiente:

“La sobreprotección en el mundo real y la desprotección en el mundo virtual, son las principales razones por las que los niños nacidos después de 1995 se han convertido en la generación ansiosa”.

Habrá otra oportunidad para hablar de la sobreprotección en el mundo real, pero nuestra atención se dirige ahora a la desprotección en el mundo virtual. No en vano el subtítulo de este libro de Haidt es Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes. Creo que la rotundidad con que se expresa no es fruto del azar, sino que trata de poner de manifiesto el efecto de las redes sociales sobre la salud. Ni siquiera los más entusiastas del potencial de las redes sociales para una comunicación auténtica podemos cerrar los ojos ante este riesgo.

Sobreprotección y desprotección son responsabilidad de los adultos: padres y madres, educadores, medios de comunicación, representantes políticos, expertos tecnológicos, y todo tipo de influencers.

Controlar la edad de acceso, los tiempos de uso y las oportunidades.

El estudio de DKV y Educar es todo recomienda que antes de los tres años los niños no se relacionen con las pantallas; entre los tres y cinco años, un máximo de 30 minutos al día; un tope de una hora entre los 6 y los 12 años (siempre con la presencia de los adultos); y a partir de esa edad, establecer un contrato teniendo como criterio básico que el tiempo de uso de dispositivos no supere el dedicado a otras actividades como leer, estar con los amigos, hacer deporte, etc.

En cuanto a las ocasiones en que se usa el móvil, evitarlo en las habitaciones, en momentos de interrelación como las comidas, y poco antes de las horas de sueño. Por supuesto, se recomienda no utilizar los dispositivos como chupete o captadores de atención de los niños  para evitar que den problemas cuando los adultos están a otras cosas.

Controlar los contenidos.

Este estudio no incide tanto sobre el control de los contenidos que consumen los adolescentes, pero con toda seguridad esto requiere también una reflexión profunda y una intervención decidida. Internet pone al alcance de todo el mundo contenidos inconvenientes para los niños: violencia, pornografía, uso de drogas, autolesiones, suicidio y un sinfín de experiencias sin filtro que modelan el comportamiento de los más susceptibles a influencias perniciosas.

Es muy probable, y deseable, que en un plazo breve otros países se sumen a la iniciativa de Australia, el primer país que prohíbe el acceso a las redes sociales a los menores de 16 años.

El reto es mayúsculo, pero la trascendencia de lo que está en juego, la salud mental de los jóvenes, y consecuentemente de la sociedad, nos obliga a tomarlo muy en serio y ser muy imaginativos. Y, sin duda, una de las claves está en que los adultos aprendamos también a gestionar adecuadamente nuestra relación con los dispositivos y las redes sociales, porque somos el modelo en el que se fijan los menores.

El avance de las tecnologías es imparable. Antes de que lo esperemos entrará en juego el desarrollo de la inteligencia artificial que multiplicará de una manera todavía insospechada las variables que incidirán sobre este tema. Es preciso que alcancemos un equilibrio entre el potencial enorme que aporta para mejorar la calidad de vida de las personas y los riesgos de que la dignidad de las personas quede relegada a un segundo plano. Veremos.

¿Cómo ves tú la relación de los más jóvenes con la tecnología? ¿Cómo es la tuya?

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