Aunque el síndrome del profesor quemado (burnout docente) es algo que aparentemente preocupa solo a los propios interesados, es un tema de gran importancia para el conjunto de la sociedad, porque sus consecuencias afectan directamente a nuestros niños y jóvenes. El burnout docente es un malestar tapado. Pero, en términos absolutos, los datos cada vez tiene mayor relevancia.
Datos sobre el burnout docente.
Los datos más reveladores que manejamos se expresan con su terquedad habitual.
- Según el informe “El profesorado en España 2023” de la Fundación SM, 2 de cada 5 docentes sufren agotamiento, ansiedad y depresión, mientras que 1 de cada 3 ha experimentado falta de ilusión a lo largo de su carrera. Curiosamente, los más jóvenes tienen menos ilusión.
- El estudio del Defensor del Profesor de 2023 del sindicato ANPE es tan inquietante o más: “los niveles de ansiedad siguen estando en un porcentaje muy alto, el 77% de los casos atendidos presentan sintomatología asociada a la ansiedad, un 13 % nos relatan que están sufriendo un proceso depresivo. Y el porcentaje de profesores que han estado de baja está en un 16 %”.
- Un estudio de la Universidad de Murcia de los profesores Isabel Latorre y Juan Sáez concluye que el 65% de los profesores de primaria, secundaria y bachillerato sufren este síndrome. Las investigadoras Inmaculada Vicente e Inés Gabari, de la Universidad Pública de Navarra, explican que la incidencia es más elevada en quienes trabajan en la etapa de enseñanza secundaria obligatoria (12-16 años) y postobligatoria (16-18 años), con población adolescente, dado el momento de cambios vitales del alumnado, la exposición intensa a los intereses sociales del grupo y las presiones académicas por el futuro acceso al mundo laboral o a la enseñanza superior.
No obstante, lo que nos debería hacer reflexionar sobre la alta prevalencia del burnout entre los docentes no es tanto su valor cuantitativo como su impacto cualitativo sobre nuestra sociedad. El de los docentes no es un segmento laboral cualquiera, ya que sobre ellos recae la responsabilidad directa de la formación reglada de niños y jóvenes.
Los adolescentes, siempre expuestos a conflictos y guerras de identidades, están en estos tiempos, más que nunca, en una situación vulnerable por la amenaza que supone su sobreexposición a las redes sociales. Ya hemos hablado aquí de la preocupación por el uso de los móviles, y nos falta aún hablar del reto que es para ellos la inevitable implantación de la inteligencia artificial en su vida diaria, particularmente en el ámbito académico. Son los jóvenes quienes van a tener que gestionar en un futuro próximo este armamento tecnológico, y el profesorado asume la función de prepararlos para que lo utilicen con vistas a un bien común.
Sin embargo, un profesorado desanimado, sin recursos, y agobiado por conflictos personales que muchas veces derivan del ejercicio de su profesión no sería el grupo humano más adecuado para una labor tan decisiva para la sociedad.
Por eso necesitamos entender que estimular, apoyar y potenciar la figura del docente de las primeras etapas educativas es una estrategia prioritaria de alto calado ético y político que tiene que ser asumida sin más dilación.
Por ahora, es preciso conocer sus peculiaridades y reaccionar ante la alta incidencia del síndrome de desgaste profesional del educador.
Factores y características distintivas del burnout docente.
Alta carga de trabajo emocional.
Los docentes deben gestionar constantemente sus propias emociones al mismo tiempo que se enfrentan a las de un grupo numeroso de niños o adolescentes, a menudo con necesidades emocionales diversas y complejas. Tienen que mostrar entusiasmo, paciencia y empatía incluso cuando se sienten agotados, frustrados o estresados. Esto es mucho más intenso que en profesiones donde la interacción es menos personal o continua.
Esta constante necesidad de autorregulación y de ayudar a regularse suele resultar agotadora y frustrante: no puede ni con lo propio ni con lo de los demás. Cada vez se habla más de la “fatiga por empatía” que sienten los profesores.
Intensidad y Continuidad de las Relaciones Interpersonales
Los fuertes vínculos que se crean con los grupos de alumnos a los que ven todos los días manteniendo un contacto directo generan satisfacción personal, pero también son fuentes potenciales de estrés: conflictos, problemas de comportamiento, necesidades especiales no atendidas. Y a eso se añade que entran en escena los padres y madres, los colegas y los directivos, que muchas veces tienen intereses contrapuestos.
La sensación en el profesorado es de un tremendo desgaste por estar expuesto permanentemente a la evaluación, no solo profesional, sino personal.
Escasa autonomía y excesiva burocracia.
El tópico clásico de que “cada maestrillo tiene su librillo” que legitimaba la acción del profesor dentro de su aula se ha desvanecido. Los profesores sienten que han perdido el control sobre aspectos importantes de su trabajo: el curriculum lo imponen quienes están muy alejados de la realidad cotidiana de los colegios; las políticas educativas responden más a intereses ideológicos partidistas que a profundizar en lo que es necesario que aprendan las nuevas generaciones; las exigencias administrativas (informes, evaluaciones estandarizadas, uso de aplicaciones informáticas que se ven como accesorias) sobrecargan el trabajo de la enseñanza.
Esta percepción de falta de control es especialmente acuciante entre los maestros y profesores, que se sienten frustrados por no poder hacer lo que quisieran y lo que necesitan “sus chicos”. La sensación de derrota porque “nada va a cambiar” genera en ellos un cinismo corrosivo y contagioso.
Escasez de recursos y de apoyo.
Los profesores trabajan con exigencias del siglo XXI en escenarios del siglo XIX. Tecnología obsoleta, distribución de espacios agobiante, imposibilidad de adoptar metodologías innovadoras por presiones de titulitis y mercadotecnia, exigencias de atención a la diversidad con recursos menguantes.
Todo ello contribuye a una sensación de impotencia y de tiempo perdido que desconectan al profesional de su propósito vocacional.
Exposición a situaciones sociales complejas.
Por el prolongado tiempo que pasan los alumnos en los centros entre actividades regladas, complementarias y extraescolares, los profesores son los primeros que detectan señales de alarma en los alumnos: precariedad o pobreza en las familias, abusos dentro y fuera del centro, conflictos emocionales graves, problemas de salud mental y otras múltiples circunstancias preocupantes ante las que no se sienten bien preparados ni dotados de recursos de apoyo.
Esta carga emocional añadida provoca estrés vicario y una sensación de impotencia y desmoralización que tampoco inciden favorablemente en un enfoque saludable.
Discrepancia entre ideales y realidad.
Muchos adoptaron esta profesión convencidos de que la educación puede cambiar el mundo, pero el choque con una realidad que desvela graves carencias les desconecta de un propósito vital que alguna vez suscitó sentido a su tarea, pero ya no.
El profesor está apegado a una actividad docente estrecha, sin amplias perspectivas, ante la que se protege cultivando una zona de confort que le aleja de respuestas creativas e ilusionantes. Su impulso vital se disipa.
Falta de reconocimiento.
Todo el mundo reconoce la importancia de la educación, pero culpa al profesorado de que no se obtengan los resultados que la sociedad necesita. Las críticas no se ocultan, son públicas y manifiestas. Los docentes no se sienten amparados ni siquiera por la administración. Los padres y madres, a pesar de que reconocen sus propios límites a la hora de educar a unos hijos cada vez más distantes, cargan sobre los profesores buena parte de responsabilidad.
Resultado: baja autoestima, percepción de injusticia, creciente desmotivación.
Dificultad para desconectar.
Después de la jornada laboral, muy frecuentemente tienen que seguir trabajando: preparar clases, corregir trabajos, actualizar su formación en las disciplinas propias y en didáctica, comunicarse con las familias. Los límites entre el tiempo del trabajo y el tiempo personal son difusos y permeables, con lo que se incrementa su carga mental y física. Se llevan a casa los problemas del trabajo, y, si además viven en un entorno próximo a sus alumnos, la convivencia como vecinos puede llegar a saturarles.
El efecto, casi inevitable, es agotamiento crónico, dificultad para descansar y recuperarse, deterioro de la vida personal y social y sobredimensionamiento de las dificultades.
Cuestionamiento permanente de la función.
Es cierto que los tiempos están cambiando y que hay que adaptarse, pero no es justo cargar únicamente la responsabilidad de pilotar esos cambios sobre el profesorado y el sistema educativo en general. No creo que haya muchas otras profesiones en las que la exigencia de innovación sea tan elevada, porque no solo se les exige una adaptación pedagógica en metodologías y contenidos, sino un crecimiento personal (intelectual, emocional y ético) que contribuya a la formación de los alumnos. El problema añadido es que esta exigencia no viene acompañada de recursos, sino que se cuenta con que todo lo necesario salga de ellos mismos: actitud, capacitación y tiempo.
Por mencionar solo un par de campos en los que se centran nuevas demandas al profesorado, baste referirse a la implementación de la inteligencia artificial en el entorno educativo y el papel de las redes sociales y el uso de los dispositivos móviles en los centros. Ningún profesor actual tuvo que reaccionar ante estos fenómenos sociales durante su tiempo de estudiante, por lo que no tuvo ni tiene modelos a seguir ni pautas claras de cómo afrontarlos. Y, sin embargo, se les reclaman respuestas eficientes.
El extrañamiento que esto provoca respecto del sentido y naturaleza de su profesión genera mucha inseguridad, vulnerabilidad e incertidumbre, que no pueden evidenciar ante sus alumnos por miedo a perder más autoridad.
¿Cuál de estos factores resuena más contigo? Comparte tu experiencia.
Conclusión.
El panorama que se vislumbra entre los profesionales de la docencia nos invita a reconocer la importancia de su función social y a impulsar todos los apoyos que requiere el colectivo por la trascendencia de su labor.
En el ámbito público es preciso fomentar iniciativas que dignifiquen la función docente, empezando por dar voz al colectivo antes de la toma de decisiones políticas que les afecten y destinar los recursos necesarios para un sistema educativo de calidad.
En el ámbito personal, es preciso acompañar al profesor que se sienta quemado en un proceso de alivio emocional y resignificación de su proyecto profesional y vital. Hay muchas pautas de actuación que se pueden acometer, pero algunas imprescindibles en las que te puede acompañar un counsellor con experiencia:
- abordaje integral desde todas las dimensiones del individuo;
- reconexión con el sentido y significado de la profesión para uno mismo;
- exploración de estrategias personales de asertividad, empatía y eficiencia.
Si te sientes afectado por este síndrome del profesor quemado, confía en tus posibilidades, no te culpes, ya que no todo depende de ti, y, en caso necesario, pide ayuda.
Recuperarás la conexión con tu proyecto personal y profesional.

